martes, 7 de julio de 2009

Las SALPAS contra el cambio climático






Las salpas, un claro ejemplo de que el remedio puede ser peor que la enfermedad y de que cualquier ser vivo, por pequeño o simple que pueda parecer, cumple un papel importante en el equilibrio natural. Estos tunicados, del tamaño de un pulgar, pueden encontrarse en mares ecuatoriales, templados o fríos aunque no son muy conocidos. La mayor concentración de salpas habita en el océano Antártico, donde forman grandes colonias.

Los científicos han descubierto la capacidad de las salpas de fijar el dióxido de Carbono (CO2), uno de los gases de efecto invernadero, y evitan que llegue a la atmósfera. Al igual que otros animales, se alimentan de fitoplancton, una especie de pequeñas algas marinas que usan a su vez CO2 para crecer. Cuando algún ser vivo lo ingiere, también atrapa en su interior este gas. Cuando el animal excreta o muere, la mayor parte del CO2 vuelve a liberarse. En cambio, los excrementos de las salpas se transforman en pequeñas bolas que se hunden, al igual que sus cuerpos al morir.
Por ello, podría suponerse que provocar su aumento sería muy útil para combatir el cambio climático. Sin embargo, su multiplicación inducida alteraría el equilibrio natural de los océanos y causaría graves efectos. Ricardo Aguilar, director de investigación y proyectos de la organización conservacionista Oceana, recuerda que en los últimos años se ha producido un incremento elevado de las propias salpas o de las medusas, por falta de vertebrados, lo que está generando otros problemas y no está ayudando a reducir el cambio climático.

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